El 24 de marzo de 1976 fue derrocado el gobierno constitucional presidido por Isabel Perón, dando paso a uno de los períodos más crueles de la historia argentina. Consumado el golpe, asumió la presidencia Jorge Rafael Videla e instaló una dictadura que se extendió hasta 1983. Esta etapa implicó la violación sistemática de los derechos humanos, a través de cientos de centros clandestinos de detención.
Hoy la condena de la clase política a estos hechos es prácticamente unánime. Pero aquel 24 de marzo de 1976 fueron muy pocos los que estuvieron junto a la presidente constitucional María Estela Martínez de Perón y resistieron a los golpistas, que querían instalarse en la Casa Rosada.
Todo comenzó unos meses antes cuando, el 24 de diciembre de 1975, el comandante en jefe del Ejército, Jorge Rafael Videla, le dio 90 días a la Presidente para que rectificara el rumbo del gobierno. Isabel sabía que esa no era una salida posible y le replicó con una frase histórica: “Quieren destituir al gobierno, para voltear las chimeneas que levantó Perón, para desindustrializar al país, para que volvamos a ser lo que éramos hace 200 años, proveedores de materia prima, con prohibición industrial y de valor agregado”.
La mayor parte de la sociedad argentina no se escandalizó ante semejante desafío a la institucionalidad y, en cambio, muchos sectores se preocuparon más por sabotear al gobierno que por salvar la democracia. Ejemplo de esto fue el lockout patronal organizado por banqueros, industriales y sectores del campo que paralizó al país el 16 de febrero de 1976. El Movimiento de Integración y Desarrollo (MID) abandonó el FREJULI después del ultimátum de Videla, en vez de condenar a los golpistas. El Partido Comunista, siguiendo órdenes de Moscú, pidió el final del gobierno de Isabel. Y Ricardo Balbín, líder de la Unión Cívica Radical, se reunió con Videla para saber si habría un golpe o no. “Si esto es así, háganlo cuanto antes. Eviten a la República una larga agonía […] No sembraré piedras en el camino, porque entiendo que, si hacen lo que presumo, estarán actuando conforme a las exigencias que les impone un estado de necesidad”, le dijo el radical a Videla.
En cuanto a la prensa, desde el diario progresista La Opinión y los anti peronistas La Razón y La Prensa hacían editoriales en favor de un golpe militar. Incluso el gobernador bonaerense Victorio Calabró se encontraba en el bando golpista y fomentaba paros gremiales en la zona norte de la provincia de Buenos Aires para desestabilizar al gobierno. En el verano del 76, las 62 Organizaciones gremiales peronistas lo expulsaron del partido peronista y de la entidad por estas razones. “Era tan grosero cómo los militares arreglaron con Calabró, que ni Lorenzo Miguel ni Isabel pudieron lograr intervenir la gobernación”, recuerda Osvaldo Papaleo, secretario de Prensa del gobierno de entonces.
Los funcionarios de Isabel
Pese al miedo que se vivía, muchos funcionarios continuaron al lado de Isabel, aun conociendo el ultimátum de los militares. Algunos de ellos fueron Miguel Unamuno, en Trabajo, Julio González, en la Secretaría de Legal y Técnica, Adolfo César Philippeaux, en la Secretaría de Deportes, y Osvaldo Papaleo, en la Secretaría de Prensa. En el ámbito político, la conducción del justicialismo estaba encabezada, desde el 6 de marzo de 1976, por el gobernador de Chaco, Deolindo Bittel, el gremialista Nelson Carrasco, el intendente de Avellaneda, Herminio Iglesias, los gobernadores Eloy Camus y Carlos Menem, y el diputado Sánchez Toranzo, entre otros.
En la primera reunión del nuevo Consejo Nacional Justicialista, el 7 de marzo de 1976, Bittel llamó a la unidad nacional y advirtió que una asonada militar traería un río de sangre sin precedentes en nuestro país. Bittel se destacó por su liderazgo, de gran valentía en estas circunstancias. Si bien era el vicepresidente del Partido Justicialista, en los hechos actuaba como si fuera el presidente por orden de Isabel. Uno de sus gestos como líder fue su reunión con Ricardo Balbín en la casa del senador chaqueño Luis León. De aquel encuentro salió decepcionado porque el radical le dijo que ya era tarde, que no podía hacer nada para evitar el golpe. Bittel solo logró que Balbín aceptara hablar por radio y TV por cadena nacional. “Algunos suponen que yo he venido a dar soluciones y no las tengo“, dijo en su discurso el líder de la UCR.
Sin dejar de luchar por la democracia, Bittel intentó formar la multipartidaria, que fracasó porque ningún partido político quería jugársela; recién lograría su objetivo en 1981, cuando la dictadura era una realidad, y no en 1976, cuando intentó evitarla.
Los sindicalistas que resistieron
Desde las 62 Organizaciones, conducidas por Lorenzo Miguel, se negaban a capitular como pretendían los militares. El líder metalúrgico recibió un ofrecimiento de parte del almirante Emilio Massera, miembro de la Junta Militar: dividendos a cambio de que le soltara la mano a Isabel y al gobierno democrático. “Usted no entiende, es la mujer de Perón y yo no voy a cargar en mi conciencia con traicionar a la señora del General”, fue su tajante respuesta. Otros sindicalistas de talla que se encontraban en aquel grupo eran Rogelio Papagno (UOCRA), Lesio Romero (Carne), Diego Ibañez (Petróleo) y Amadeo Genta (Municipal).
Lorenzo Miguel intentó organizar un paro y movilización cerca del 17 de marzo de 1976 en señal de apoyo al gobierno, pero no tuvo la adhesión esperada. Había mucho miedo, según recuerda Antonio Caló, estrecho colaborador del metalúrgico.
“Lorenzo estaba tranquilo”, recuerda su secretaria, Lidia Vivona, y agrega que, en los momentos de tensión, era quien transmitía tranquilidad. “Muchachos, de la derrota se vuelve, de la traición no”, cuenta Vivona que les dijo Miguel a sus colaboradores.
El ministro de Trabajo, el bancario Miguel Unamuno, propuso otra salida y sugirió, como última jugada para frenar el golpe, que Isabel renunciara y que, en su lugar, asumiera Ítalo Luder, presidente del Senado. Pero Miguel se negaba a aceptar esa salida. “Caer vamos a caer, el tema es cómo caemos. Yo prefiero caer como peronista y no como un cobarde”, aseguró.
El final del gobierno democrático
El 23 de marzo de 1976, en la Casa Rosada se vivía un clima de crisis. Rumores, nervios, zozobras y miedos colmaron la casa de gobierno, por lo que la Presidente se apoyó en sus colaboradores más cercanos. Durante el correr del día, llegaron a la Rosada unos pocos diputados, como Juan Gabriel Labaqué, Rodolfo Arce, Eduardo Farias, el presidente de la Cámara Baja, Nicasio Sánchez Toranzo, y la senadora Yamila Barbosa de Nasif.
Al promediar la tarde del 23, llegó la plana mayor de las 62 Organizaciones al mando del metalúrgico Lorenzo Miguel, Amadeo Genta, Rogelio Papagno y Lesio Romero, entre otros. También Herminio Iglesias. Además, los gobernadores Carlos Juárez, de Santiago del Estero, Carlos Menem, de la Rioja, y, obviamente, el chaqueño Deolindo Bittel.
Amadeo Genta cuenta que ese día, estuvieron desde las 14 hasta las 22 horas con la Presidente. “Recuerdo que estábamos con Rogelio Papagno, Unamuno, Lorenzo Miguel y Smith”. Luego del golpe, Amadeo quedó cesante y el gremio SUTECBA fue intervenido.
“El camino era la democracia, esto nos iba a llevar al vacío. Primero iba a venir una represión como la que vino, y además, iban a venir medidas económicas muy contrarias a la situación que viven los argentinos”, recuerda Papaleo. Bittel se reunió en la antesala presidencial con Lorenzo y le pidió que convocara al paro general, “porque hoy nos dan el golpe”. Por orden de Isabel, el ministro de Defensa, José Deheza, se reunió con los comandantes. “¿Hay golpe o no?”, indagó el funcionario en aquella reunión. » Esa es la pregunta del millón”, respondió Massera, riéndose a carcajadas. Y Videla le aseguró que “era tarde para salvar el proceso”.
A su regreso a la Casa Rosada, el ministro le contó a Isabel cómo había sido su encuentro con Videla, Massera y Agosti. Isabel convocó en su despacho a ministros, sindicalistas, gobernadores y diputados, que serían más de cincuenta, como recuerda Papaleo. Isabel le dio la palabra a Deheza para que contara lo que había hablado con los golpistas y, a continuación, Lorenzo Miguel le dijo que muchos gremialistas lo esperaban en el Ministerio de Trabajo para tratar de organizar un paro y movilización en apoyo al gobierno. A las 00.10 del 24 de marzo, Isabel dio por terminada la reunión y, acompañada por su custodio Rafael Iuissi y su secretario Julio González, subió al helicóptero que la trasladó a Olivos. Los gremialistas y algunos funcionarios cruzaron hasta Diagonal Norte, donde funcionaba el ministerio de Trabajo para seguir deliberando, allí se enteraron de que Isabel no había llegado a Olivos, que estaba detenida en Aeroparque y que era el final del tercer gobierno peronista.
“Ese 24 nos retiramos del Ministerio de Trabajo con los ojos llorosos, pero entonando la marcha peronista”, rememora Papaleo. “La actitud de Isabel de no renunciar le cambió el esquema al golpismo. Ella quería mantener el orden constitucional”, explica.
La democracia argentina comenzó a transitar años de desierto y los que la defendieron terminaron presos, torturados, vejados, o desaparecidos como el dirigente gremial Oscar Smith. “Después del golpe, terminamos todos presos en un barco”, recuerda Papaleo.
El 24 de marzo de 1976, a la hora en que la mayoría de los argentinos dormía, se produjo el golpe militar. No fue un derrocamiento glorioso ni valeroso sino, más bien, perverso, ya que faltaban siete meses para las nuevas elecciones. Los pocos hombres y mujeres que resistieron el golpe fueron a parar a las mazmorras de los golpistas. La República Argentina ingresó en una larga noche que duró casi ocho años.
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