En abril de 2007 Margarita Merbilhaá volvió a ver, después de varios años, al escritor platense Leopoldo Brizuela en la presentación del primer libro de Laura Alcoba, “La casa de los conejos”. Se encontraron unas horas antes en la conocida cervecería platense La Modelo que, hacia el lado de la calle 54, se ubica casi frente a la Comisión Provincial por la Memoria, donde iban a presentar la novela. En esa sede funcionó hasta 1998 la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos Aires (DIPPBA). Hoy tiene en custodia el archivo de esta central de inteligencia, el más grande de Argentina y América Latina que se haya encontrado.
Leopoldo sacó de un bolso un folio con unas hojas sueltas. Las había encontrado ordenando papeles y se las quería devolver. Aunque Margarita había olvidado por completo su existencia, reconoció su letra. Echó una mirada a las tres hojas, las guardó enseguida y volvió rápido a la conversación, mientras esperaban a Laura.
Eran algunos poemas, recuerdos mezclados con reflexiones, con un cierto tono confesional, que llevaban una dedicatoria: “A Luli (mi hermano)”. Hojas escritas en el taller de escritura que Leopoldo Brizuela organizó para invitar a hijos e hijas en el invierno de 1995, apenas unos meses después de que comenzaran a organizarse en la Agrupación HIJOS, como entonces la llamaban. El taller se hacía los sábados en casa de la madre de Leopoldo, en Tolosa, y duró unos meses.
“Lo que sigue son algunas de las cosas que escribí en ese taller, que transcribo ahora como un modo de recordar ese espacio. Nuestras búsquedas por soltar la palabra después de los años silenciosos de la infancia y la adolescencia, que en estos encuentros -al igual que en nuestras interminables asambleas- dejaban por un tiempo de ser búsquedas solitarias”, rememora Margarita en el reciente libro “Ahora, siempre” (Malisia), una compilación con textos y testimonios de hijos e hijas de desaparecidos de La Plata.
“Sin forma/La memoria/de voces congeladas/cíclica/te invade/es una masa/salpicones de imágenes hechas/infinita/está en el presente y te invade”, fue parte del poema que Margarita, hija de Eduardo Merbilhaá, estudiante de Derecho y militante del PRT-ERP desaparecido por la última dictadura a sus 30 años, recuperó en los últimos años para publicarlo en el libro.
La anécdota de Margarita -hoy docente de letras e investigadora del Conicet- fue también un modo de recordar al escritor Leopoldo Brizuela, que propició la irrupción de la escritura como lo había hecho desde fines de los años ochenta con las Madres de Plaza de Mayo, “con ese convencimiento que tenía acerca de que la militancia pasaba también por las formas de encontrar las palabras para decir la experiencia, en los pliegues de la intimidad y de lo público”, reconoce Margarita.
Hay muchas formas que eligen los hijos e hijas de desaparecidos y victimas del terrorismo de Estado para contar sus historias. Hacer un libro, en efecto, nunca es una tarea sencilla. Y hacerlo de manera colectiva es un desafío, coinciden los integrantes de HIJOS La Plata, agrupación que cumple 28 años y que supo expandirse hacia otras luchas políticas y sociales, como la clásica vigilia por Jorge Julio López, desaparecido en septiembre de 2006.
“Narrar lo traumático es complejo porque se trata del dolor. Solemos huirle a bucear en el pasado y ponerle voz a lo sucedido, a la propia historia. Además, está el silencio impuesto en nuestras primeras décadas de vida. El proyecto de este libro nació hace años, tomando forma con una convocatoria amplia y abierta. Nuestra búsqueda se centró en recolectar la mayor cantidad de escritos posibles, respetando la voz de cada uno. El objetivo era recuperar textos de compañeras y compañeros que hubiesen formado parte de los distintos HIJOS que supimos ser en este tiempo. Una elaboración colectiva de la propia historia que lleva casi treinta años y que nos ha transformado”, reza un documento que HIJOS La Plata compartió con este medio.
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El poeta y abogado Julián Axat, hijo de Ana Inés Della Croce y de Rodolfo Jorge Axat, militantes populares desaparecidos, escribió el texto llamado “Hijos, El Futuro, El Pasado (a modo de manifiesto)” con un tono autobiográfico:
“Hijos / algo así como una comunidad confesable / pertenencia algo pública / entidad cuyos miembros varía de infancia & su carnet es la incógnita / camarada hijix / de filiación sanguínea a filiación política & que sigue buscando un lugar / el que aún no llega /compañero detective de la memoria / ojalá que sí / tras los juicios / los escraches / los lugares en la burocracia / ni el flaco perdón de Dios / ni la delgada compasión del Diablo / ¿Si acaso Hamlet debe dar muerte a su tío o seguir o dudar?
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Pero siempre está la foto / En mi recuerdo está mamá Ana y está papá Fel Detrás / la biblioteca y el fuego / La leña crepita en la chimenea en la Quinta de Villa Argüello / Con una mano ella se acaricia la panza / El pelo le llueve lacio por la toca de la mañana / Él de traje y corbata / tiene rostro serio / Ambos miran atribulados / Es un instante de expectación / Como si percibieran lo que se acerca / El niño en su vientre (o sea / yo) / Los siente / pero / No sabe / que no los va a conocer / Por el evidente estado del embarazo / parece correr febrero o marzo de 1976″.
Contar y ser escuchados, para los hijos y las hijas de desaparecidos, implica un doble acto de reparación. “Poner en palabras aquel silencio, esas ausencias, tanta violencia. Fue restablecer el lazo social, retejer abrazos interrumpidos; recuperar algo de lo que no tuvimos. Una forma de elaborar desde la escritura, reconstruir. Este libro empezó a concretarse en tiempos de pandemia. La incertidumbre, la sensación de extrañeza, de cotidianeidad arrasada nos resonaron. Pero aprendimos a resistir de la presencia y la persistencia de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Siempre en la Plaza, con el pañuelo blanco y cuidándonos. Ellas nos contaron qué era ser revolucionario y nos hicieron amar a nuestros viejos y a nuestras viejas”, dice otro fragmento del documento colectivo que compartieron con Infobae.
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Retomando la gesta de aquel taller de Leopoldo Brizuela -fallecido en 2019, y quien “soñó este libro muchos años de que fuera realidad”-, los hijos y las hijos cuentan que fueron en la búsqueda íntima de sus padres: conocerlos más de cerca desde la escritura personal y hacerles “compañía” para recuperar sus historias “en una trama donde faltan 30.000 hilos”.
Lo íntimo, lo público, lo inconcluso. Voces que transitan páginas melancólicas y otras que ríen. Relatos actuales, otros que se hunden en las profundidades del tiempo trayendo recuerdos de otras vidas. “Se vuelve presente lo ausente y se evidencia el vacío como punto de partida”, remarcan desde HIJOS La Plata en una experiencia que habla del dolor, pero no de la tristeza. “Es sobre cómo pudimos abrazarnos, transformarnos y sentir que lo vital que estuvo en ellos y en ellas, está en nosotros y nos acompaña siempre”.
En el libro, además, hay un prólogo de la escritora cordobesa María Teresa Andruetto, autora de “La mujer en cuestión”, “Lengua madre”, “Misterio en la Patagonia” y “El árbol de lilas”, entre otros. Ella dice: “Unos hijos de militantes llenos de futuro, hablan de unos padres retenidos en la memoria en la edad de ser hijos de sus hijos. Aunque los relatos de unos y otros son tan distintos, funcionan como una unidad, se complementan, profundizan el amor y la admiración, pero también las diferencias, el enojo, la vida que no fue y al mismo tiempo el sentido de existencia que nació de esas existencias tronchadas”.
Ramón Inama, hijo de Daniel Inama, secuestrado y desaparecido el 3 de noviembre de 1977, escribió el relato “La silla del colectivero” en un paralelismo entre ambas historias:
“Mi viejo, 25 años al momento de su secuestro, había trabajado unos seis meses en una línea de colectivos de la ciudad de La Plata. Afiliado a la U.T.A y todo, la clandestinidad forzosa y otras cuestiones acortaron su labor a ese breve período de tiempo. Pero aun así, quedó para siempre, la leyenda de mi viejo el colectivero.
Para nosotros decir HIJOS es hablar de un refugio, un espacio de identidad. Nuestra aparición en sociedad tuvo que ver con eso. Con dar identidad a la foto anónima de nuestros viejos. Darles nombre, otorgarles sentido a su desaparición contando de sus vidas y su militancia. Si me preguntan hoy qué es H.I.J.O.S. para mí, esa escena lo define: ´un colectivo´, al que podés subirte cuando quieras, incluso bajarte también. Pero un colectivo que nos metió en un viaje del que nunca nos vamos a olvidar”.
Alejandro Giampa, hijo de Ana Rosa Rodríguez de Giampa y Juan José Sánchez, desaparecidos, escribió el texto “Tejido de luz y de sombra. Soliloquio en escenas” bajo un registro tan íntimo como desolador.
Escena 1
“Imagen de mi mamá riendo, cuando volvía de su trabajo me tomaba entre sus brazos y me hacía volar. Ella era la que desde sus hombros me hacía conocer el mundo me levantaba para jugar y hacerme reír.
La felicidad puede darse en un instante y puede extenderse toda una vida”.
Escena 2
“La imagen de mi padre llevándome al mar de la mano. Él quería que yo aprendiera rápido a nadar, me daba instrucciones para sobrevivir, ternura de un padre que me sostiene aprendizaje de un niño de cinco años”.
Escena 3
“Mi mamá me enseñó a jugar al ajedrez, ella amorosamente me enseñó a mover las piezas, heredero de su magia. Es infinito el tesoro de las piezas. Es infinito el amor de mi madre. Manos moviendo las piezas. Manos pequeñas moviendo las piezas de un tablero que será el mapa de mi historia”.
Escena 4
“Imágenes de la noche del secuestro, mis padres encapuchados en el piso, mi abuela contra la pared. Entraba y salía gente de civil, un uniformado mandaba, era la noche del 30 de agosto de 1976. Soy el testigo del horror de esa noche. Se los llevaron y quedamos con mi abuela en un inmenso silencio. En el centro solo había vacío”.
La poeta y abogada María Ester Alonso Morales es hija de Jacinto y Delfina, pero así no era como los llamaban: les decían Ana y Aníbal en el PRT- ERP. Jacinto, gallego, perdió su vida combatiendo. A pesar de estar embarazada, Delfina fue detenida y dio a luz durante su cautiverio.
María Ester y su hermana melliza nacieron presas, huérfanas de padre. Pasaron el primer año de vida con su madre en la Unidad 8 de La Plata. Ella fue expulsada del país y volvió durante la dictadura a reencontrarse con ellas. Su hermana, María Elena, falleció sin conocer esta historia que hoy puede contar en versos:
“I.
hizo una pausa en la reunión / se ofreció a acompañarla / en la parada / la miró a los ojos / y dijo / por vos morocha / una revolución
II.
antes de la muerte / fue el amor / una compañera / también es / una mujer / vasija llena / de semillas / antes del silencio / no hubo palabra / el amor fue antes
III.
nacimos huérfanos / crecimos a la intemperie / envejecimos de chicos / nacimos a la intemperie / crecimos huérfanos / envejecimos de chicos / huérfanos de intemperie / envejecimos de chicos”.
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