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Historias de la primera Libertadores de Boca: la casaca maldita, el polizón que luego fue crack y por qué Gatti usó los guantes de Amadeo Carrizo

Boca campeón Copa Libertadores 1977
Pancho Sá festeja la Copa Libertadores 1977, la sexta para él en su carrera

“Antes de los penales nos reunimos en la mitad de la cancha, yo estaba convencido que alguno iba a atajar y se lo dije al Conejo Tarantini: “Ustedes metan todos, que yo saco uno”. Me tenía mucha fe. Hubo una gran efectividad en cada uno, hasta que quedó el último. Fui al arco y lo vi venir a Vanderley, medio vencido, y eso me agrandó más todavía. Lo miré y pensé: es zurdo, me tiene que patear a la izquierda. Me jugué para el lado que había pensado y allí fue la pelota. Creo que nunca festejé tanto adentro de una cancha. Salí corriendo para abrazarme con los muchachos. Éramos campeones de América”. Las palabras pertenecen a Hugo Orlando Gatti y su evocación de la noche del miércoles 14 de septiembre de 1977, cuando gracias a esa atajada, ya emblemática, en medio de una cancha barrosa, le dio a Boca la primera y soñada Copa Libertadores de su historia.

Fue una explosión conmovedora para los miles de hinchas que habían viajado hasta Montevideo, soportando un clima hostil de viento, niebla y lluvia durante 48 horas, y para los que desde sus casas lo siguieron por televisión, en aquellas transmisiones borrosas vía satélite de esos años, aún del blanco y negro en las pantallas. Pero para tocar el cielo con las manos, como las de Gatti ante Vanderley, Boca debió atravesar un torneo duro y 300 minutos frente a Cruzeiro en tres partidos muy parejos, para desembocar en la primera final de la historia de la Copa Libertadores en definirse por penales.

Boca campeón Copa Libertadores 1977
Hugo Orlando Gatti levantando la Copa Libertadores

El guiño de la suerte lo tuvo desde el debut, cuando venció a River 1-0 en la Bombonera sobre la hora, con un gol de Roberto Mouzo, quien ejecutó un penal, que dio en el poste, luego en la espalda de Fillol, y le quedó servido sobre la línea para empujarla. A partir de ahí hizo una fase de grupos impecable, ganándola sin recibir goles en los 6 partidos disputados. La misma solidez mostró en zona semifinal, superando con categoría a Libertad y Deportivo Cali.

Era un equipo que sintonizaba a la perfección el credo de su entrenador, Juan Carlos Lorenzo, y la manera de jugar que definió ese estilo “A lo Boca”. Firmeza extrema en el fondo conformado por Gatti, Pernía, Sa, Mouzo y Tarantini, seguridad en el medio con Suñé y Ribolzi, la cuota de talento en Mario Zanabria y el Toti Veglio, y el aprovechamiento de las situaciones de gol, en los pies Darío Feldman y el inolvidable Ernesto Mastrángelo.

La primera final fue el martes 6 de septiembre en una Bombonera tan colmada como cualquier futbolero puede imaginar. Enfrente estaba el campeón defensor, ese Cruzeiro que un año antes había superado a River en la definición, y que atravesaba un muy buen momento, desde hacía varias temporadas. El gol del Toti Veglio a los 4 minutos dio la anhelada tranquilidad, pero ese terminó siendo el score final, con un gusto a poco, que también quedaron con una mueca de preocupación por el desgarro de Pancho Sa.

Boca campeón Copa Libertadores 1977
Alberto J Armando junto a Hugo Orlando Gatti

A Boca le bastaba un empate en Brasil para dar la vuelta olímpica. Dada la similitud de camisetas, debió recurrir a una alternativa, que nunca más utilizó: completamente amarilla, con un pequeño bolsillo en el lado izquierdo, donde lucía el escudo del club, hecho que ocurrió por primera vez en su historia. El esquema de trabar el juego en la mitad de la cancha dio resultado, porque el conjunto brasileño comenzó a desesperarse a medida que avanzaba el reloj. Pero a falta de 13 minutos, llegó el gol del triunfo para Cruzeiro en los pies de Nelinho, el lateral derecho que era un eximio pateador. Desde 35 metros, con una potencia y dirección admirables, colocó la pelota en el ángulo superior izquierdo del Loco Gatti.

Había que disputar el tercer partido que, como establecía la reglamentación, debía ser a las 48 horas y en terreno neutral. El estadio Centenario de Montevideo fue el elegido y hacia allí partieron ambos planteles, en la mañana del lunes 12, para hacer el mismo recorrido en avión: Belo Horizonte – Sao Paulo – Montevideo. La última parte del trayecto fue un anticipo de lo que les esperaba en la capital uruguaya, porque las condiciones del clima hicieron que la nave se moviese mucho, provocando nervios y ansiedad, que sólo se calmaron cuando se produjo el aterrizaje, cerca de las 14:30. Pese a la lluvia incesante, el plantel pudo ver como miles y miles de hinchas de Boca ya estaban allí, para acompañarlos en busca del sueño. Apenas instalados en el hotel Hermitage, Lorenzo llamó al utilero con una orden precisa: debía ir al centro de la ciudad para conseguir un juego de camisetas blancas para el partido, ya que había determinado que la amarilla no la usarían nunca más, porque Boca había perdido el sorteo y debía volver a usar indumentaria alternativa para el desempate. Unas horas más tarde, su pedido era una realidad.

Boca campeón Copa Libertadores 1977
El penal atajado por Gatti a Vanderley

En la mañana siguiente, el cielo siguió igual de gris y lluvioso. Sin mayores demoras, en un acuerdo entre los clubes y la organización se decidió que la final se aplazase 24 horas. La noticia tomó de sorpresa a muchos simpatizantes que habían llegado y no tenían hospedaje. Uno de ellos, era un adolescente, llamado Alberto Márcico: “Fui de colado en un micro, tirado en el piso. Eran tiempos donde no tenía un peso, pero antes era distinto, porque si te faltaba plata, te dejaban subir sin problemas. El viaje fue increíble, pero cuando llegamos, nos enteramos que se había postergado por el clima, así que no me quedó otra que dormir en el micro. Con la comida me arreglé con lo que me compartía la gente. Estuve todo el tiempo con la misma ropa, sucio y un poco mojado. Entramos el Centenario empujando junto a un amigo. Mi vieja casi me mata a la vuelta, pero lo intuía porque le venía advirtiendo que me iba a ir. Llegué tres días después y mi viejo fue el que se calentó y me fajó porque, como falté al laburo, me echaron. Pero yo sentí que era lo que tenía que hacer: no podía no ir a la final”.

Igual que el Beto, toda la legión de Xeneizes estiró 24 horas más la vigilia hasta que llegó el ansiado momento del pitazo inicial del árbitro venezolano Vicente Llobregat. Como se podía esperar, fueron 90 minutos de enorme paridad, en un campo de juego blando y barroso y con escasas situaciones de gol. Boca quiso un poco más, convirtiéndose en el dominador del alargue, donde el inamovible 0-0 desembocó en los penales. Por estar sancionado, Juan Carlos Lorenzo no pudo presenciar el cotejo dentro del campo y lo hizo desde las plateas. El juez no le permitió el ingreso para darle la charla a sus jugadores en un momento tan trascendente. El Toto evocaba así ese momento: “Escribí en un papel los cinco apellidos y lo hice llegar por medio de Juan Carlos Pichuqui Mendizábal, que estaba en el campo de juego, trabajando para la televisión. Elegí a tres de la defensa, porque el mayor gasto del partido lo habían hecho los volantes y delanteros”.

Boca campeón Copa Libertadores 1977
El papel que envío Lorenzo con los nombres de los pateadores de los penales a través del periodista Pichuqui Mendizábal

Las piernas pesaban por los 300 minutos acumulados en una semana, por la tensión y el campo mojado. Arrancó pateando Boca y el designado fue Roberto Mouzo, que era el ejecutor habitual y quien atravesó una situación muy particular: “En el vuelo hacia Montevideo me tocó en el asiento de al lado a Ramón Barreto, el uruguayo que nos había dirigido el día anterior y me contó lo que le había pasado: ‘En el entretiempo se me metieron tres brasileños en el vestuario para apretarme. Yo sé boxeo y como buen uruguayo, no arrugo. Los liquidé a los tres, los bajé uno por uno. Me las van a pagar, me las van a pagar’, repetía. La cosa quedó ahí, pero cuando fuimos a los penales en el Centenario, me tocó el primero. La pelota dio en el poste y me quise morir, pero vi que Barreto, ahora juez de línea, levantó la bandera para señalarle al árbitro que el arquero se había adelantado. Pateé de nuevo y la metí en el ángulo”.

Los que llegaron a continuación, siguieron el camino de la efectividad de Mouzo, anotando todos: Darci Menezes, José Luis Tesare, Neca, Mario Zanabria, Moraes, Vicente Pernía, Livio y Darío Feldman. Boca estaba arriba por 5-4 y el último de la serie inicial quedaba en los pies de Vanderley. Su remate de zurda, a media altura y sin demasiada convicción, se encontró con las seguras manos de Gatti: “Le di con la palma, bien fuerte, para adelante y salí corriendo enseguida, no solamente para festejar con mis compañeros, sino para que el referí no lo hiciera ejecutar de nuevo por alguna presión. Igual, sabía que no me había adelantado y que éramos campeones de América”.

Una escena que quedó para siempre en la mística boquense: apenas desviado el penal, Gatti dando pequeños saltos hasta abrazarse con sus compañeros, mientras la rústica gráfica televisiva de aquellos tiempos, cubría la pantalla con cuatro palabras que sintetizaban todo: Boca campeón de América. El recordado Ernesto Mastrángelo recordaba una historia especial de ese momento: “Yo estaba contratado por Adidas, que me daba los botines. Allá por abril del ‘77 fui un día a la empresa, me encontré con Amadeo Carrizo, que trabajaba ahí y le pedí un par de guantes de arquero, que por supuesto me regaló. Al otro día en el entrenamiento se los di a Gatti. Cuando terminó la final con Cruzeiro, en medio de la locura y la alegría por el título, se los sacó y me dijo: ‘Tomá, estos guantes son tuyos’, en un gran gesto, sobre todo porque para que Loco te dé algo lo tenés que operar sin anestesia (risas). Ahí me confesó que eran aquellos que le había regalado y que había usado toda la Copa, muy descosidos, pero llegaron hasta el último partido de cábala”.

Boca campeón Copa Libertadores 1977
Los diarios de la época con Boca Campeón

El maltrecho césped del estadio Centenario se llenó de hinchas Xeneizes. La vuelta olímpica certificó que el viejo sueño era una realidad, sobre todo para ese hombre, que, enfundado en un impermeable, también saltó a la cancha como un chico, pese a su edad. Era Alberto J. Armando, el presidente del club, quizás el primer dirigente argentino que comprendió la importancia de la Copa Libertadores. Se había quedado en la puerta, al perder la final contra el Santos de Pelé en 1963, pero ahora disfrutaba de la dulce revancha, abrazando a sus muchachos. Por allí también andaba Pancho Sa, el hombre símbolo de este torneo, el único que lo ganó 6 veces. Tan importante dentro como fuera de la cancha, y que así nos había recordado ese instante: “En la final de ida me desgarré por primera y única vez en mi carrera, faltando dos minutos. Por eso me perdí la revancha y el desempate, pero estuve junto a los muchachos y di la vuelta olímpica en el Centenario en andas de los compañeros”.

Aquel fue un equipo que respondió fielmente al ADN de Boca. Un cuadro aguerrido, de dientes apretados, sólido y bien estructurado, que más allá de los destellos de talento de Mario Zanabria o los goles de Mastrángelo, no tenía una figura sobresaliente. O sí, y estaba en el arco. Era Hugo Orlando Gatti, siempre polémico y audaz, que vivió su consagración definitiva ese día, con su estrella más brillante que nunca en una noche donde el cielo se pintó de azul y oro.

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